Entonces la boca fue brasa.
La mano se hizo fuego,
inextinguible,
como el ardor de sus adentros húmedos.
Sus fluídos erupcionables se extinguían en el río líquido
que circulaba en sus sexos, que ahora eran uno. Incendiándose.
Incendiándome te descubrí,
aniquilándome la soledad de un solo disparo.
Como franco tirador afilaste tu arma.
Acariciabas con tus dedos húmedos
el filo de tu miembro.
Tu boca (que era brasa) me magnetizó el pecho
mientras te masturbabas el alma, mi soledad se consumía en
tu sonrisa.
“No mientas” te pedí con la mirada.
Y seguías afilándote ansioso por disparar.
A mi las balas siempre me habían excitado.
Uno poco la fantasía
de morir baleada de orgasmos,
alimentaba mi obsesión.
Era por eso que quería manosear tu revólver hasta
desaparecerme.
La mano se me hizo fuego.
Te reposaste desnudo sobre el paredón,
irresistible te fundías en el muro
con mis uñas en tus muslos,
mientras el revólver revivía
y nos acribillaba la infidelidad a los dos.
2 comentarios:
Guau...
Miau...
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