martes, 1 de diciembre de 2015

Al Robin Hood del habla

Le escribo un poco a quién hozó de quitarme toda la inspiración posible que antes me recorría la mente para terminar siendo destilada a través de los dedos. Le escribo o lo describo de a poco intentando descifrar cuáles fueron las palabras que dijo o que nunca dijo para dejarme en bancarrota las reservas literarias con las que me defendía, con las que solía batallar en el umbral del desesperante impulso de existir. Y ahora le pregunto directamente a el. ¿Tan profunda era tu lengua que además de sacarme el aliento me ultrajó de las pocas palabras con las que malabareaba? ¿Tan poca imaginación tenías que me succionaste directamente desde el cuello, desde mis venas, desde mi sangre, gota a gota letra a letra, los recursos que me quedaban para describirte? Me dejaste analfabeta de poesía. Anonadada de hermosura. Expuesta de silencio. Desnuda de sentimientos. Y abusada de silencios.

Poco a poco tu voz me desojo los vacíos que dejaban mis dedos paralizados de silencio
adormecidos de vacío
acalambrados de inacción

Poco a poco tu mano se metió en mi boca
No le bastó con taparla
No le bastó con acariciarme el alma

Se metió en mi boca
Se hundió en los adentros
Se retorció en las cuerdas vocales
que ya no sabían estallar
que ya no podían olvidar tu nombre.

Entonces el corazón me defendió
y eligió
un lenguaje inusual
con el que ahora
debería
entrenarme
para aprender a decirte
para aprender a decirte para siempre
para aprender a decirte para siempre en el silencio
para aprender a decirte para siempre en el silencio que no existen palabras
no existen palabras
que te describan.

miércoles, 8 de abril de 2015

Arroz con leche

ARROZ CON LECHE me quiero casar. Cantábamos las niñas cuando lo eramos. Mi abuela me hacía arroz con leche. No recuerdo su sabor, tampoco si me gustaba o me desagradaba. Sólo recuerdo que ella lo hacía, simplemente lo cocinaba para mí y para mi hermana. No suelo acordarme de ello o de ella. Un día mi novio me dijo "Mi abuela hace el mejor arroz con leche del mundo" Y entonces zaz! Mi abuela se me reapareció de repente con su arroz con leche, con su estofado de domingo, con sus sacos de lana tejidos a dos agujas, con sus circos, con sus pelis de García Ferré, con su queso con dulce de leche. "Lo tenes que probar" terminó Mauro. Y volví. Creo que cuando conocí el flamante arroz con leche de la abuela de Mauro, me generó lo mismo que el de mi abuela: nada especial. A pesar de que Mauro apareció un día exclamando que la solución a todos sus problemas era que su abuela me enseñase su receta magistral, y así él tendría arroz con leche para siempre. Pero hubo algo que sí me generó su abuela, y que nunca le agradecí. Me hizo trasladarme al amor malcriador, indiscriminado, e irracional que una abuela siente y da a sus ñietos. Me hizo necesitar ése amor. Y fastidiarme por extrañar por completo a mi abuela. Hasta su arroz con leche no había sido consciente de lo que se me había ido a los siete años, y de lo que ya no tenía.
El día que la abuela de Mauro se fue, hubo una sóla imagen que se me vino encima, sórdida, en blanco y negro y sin sabor: el arroz con leche de una abuela.