miércoles, 20 de junio de 2012

Fotosíntesis de los ideales.


Las palabras nacen un día, llegan volando sobre el cielo y, a modo de estampida, golpean tu puerta e impactan la realidad que expresan en su anatomía sobre tu cara, sin escrúpulo alguno.
Me pasé la vida buscándolas desesperadamente, para que reviviesen e impulsaran las convicciones que germinaban en mí ser.  Yo sentía que eran sólo semillas que necesitaban riego para poder florecer lo suficiente para llegar a otros prados. Pues era desgastante la soledad que sentía al criticar o poder ver las falencias del cubo dónde nos dicen que estamos sometidos a vivir. Pero ésas eran las utopías a las que mi personalidad se aferraba para ser sí misma todo el tiempo, y las raíces que habían echado en mí llegaban mucho más profundo de lo que yo podía percibir.
Estaban quienes insistían en podar la vegetación en la que se habían convertido aquellos ideales. Es que era mucho más sencillo arrancar de cuajo todo lo que florecía, que salir en búsqueda del oxígeno que necesitaban para florecer.  No los culpo. Era sencillo de ver que a ellos les habían castrado todo terreno fértil desde un principio; pero en mi interior, las convicciones por las que vivía me reclamaban por más vida.
De un salto desperté. Algo ardiente me enceguecía y, contradictoriamente, me conducía a paso firme a quién sabe dónde. La niebla que habituaba en mí andar empezó a sublimar, me enfrentó con depredadores hambrientos por hacer desaparecer aquello que llevaba dentro.
Como en una emboscada abismal un inmenso nubarrón se me acercaba; empecé a correr. Lo que yo creía raíces se manifestaron como selvas dentro mío, y me exclamaban y convencían que si no me alejaba a tiempo, iban a estallar dentro mío, para consumirse y morir.
Ya no sentía los pies del impulso que había tomado. Pero el inmenso nubarrón era más fuerte y consistente que yo y me paralizó por completo, aun estando a kilómetros de mí. Sólo con visualizarlo me petrificó, pero las selvas interiores latían cada vez con más fuerza en mi pecho y me obligaron a no pensar en cerrar los ojos. Mis convicciones se hicieron universales en los prados que esperaban poblar y en ése mismo instante la utopía golpeó mi puerta y me dijo que si podía verla, yo la estaba convirtiendo en realidad.
Entonces me elevé en el aire, y ahora el impulso nacía de mí misma. Me estrellé contra el nubarrón en el mismo instante en que le ganaba la batalla al monstruo depredador. La nube se hizo polvo blanco que me cubrió por completa. Yo estaba iluminada y encaminada a llegar dónde siempre había sabido que tenía que ir.
Y me sacudí el polvo y me fui a encontrarme con las palabras y compañeros de combate que me estaban esperando.
Las palabras nacen un día, llegan volando sobre el cielo y, a modo de estampida, golpean tu puerta e impactan la realidad que expresan en su anatomía sobre tu cara, sin escrúpulo alguno.
Están preparadas para despertarte, sometidas a que dejes ser y asumas como propios a los ideales que nacieron y florecieron en tu interior. Para que construyas el puente que los lleve a convertirse en realidad.