viernes, 7 de julio de 2017

El vicio de la libertad

Hay mucha gente que quedó atrás
y eso me duele.
No suelo mirar al pasado
pero cada vez que los recuerdo
no puedo evitar preguntarme
qué pasó
que la amistad se destruyó.
Si fui yo, si fueron ellos
O si fue cosa del destino que ya no nos quería más unidos.
Para decir la verdad, no creo en el destino.
Son nuestras propias decisiones las que definen nuestros caminos.
Entonces
Qué decisiones fueron las que nos separaron.
No es que los extrañe, ni a ellos ni a la que era yo cuando estaba con ellos.
Pero de tanto a nada, la pregunta me surge.
Y es inminente la culpa por sentir que quizá fui yo la que decidió separar aquello que me consumía, haciéndome creer que era libre, y que aunque no lo supiera también me unía a ellos.
Dejé ir ese vicio inútil que acostumbraba a unirnos, y de a poco, sin saber que iba a ser una consecuencia, los deje ir a ellos también.
No me duele haber abierto los ojos
No me duele haber soltado esas cadenas que confundían adicción con libertad
Pero la decisión dejó atrás mucho más de lo que creía
Y cuando observo los resultados, me duele.
Me duele que la libertad nos consumiera
y nos dividiera,
y que hoy estemos en caminos tan distintos
siendo que habíamos construido uno unidos.
No me arrepiento, pero la realidad me hace sentir
que lo que quedó atrás valía más para mí que para ellos,
pues soy yo la única que escribe estas líneas.

miércoles, 5 de julio de 2017

Un año de silencio

Siempre escribo a bombardeo de teclado y papel vacío. Claramente papel virtual vacío, recargándose de tinta ficticia. Al final el descargo intento sintetizar el vómito literario en un sustantivo y un adjetivo. Muy básico lo sé, pero es lo que me sale después de producir tanto encuentro entre palabras que termino pegan con moco.
Pero haber adormecido el habla durante un año merece arrancar de una buena vez desde el principio, encuadrando la situación de la que debo hacerme cargo. El silencio al que me sometí a mí misma.
Inevitable pensar cuál es la comodidad que me llevo a apagarme así. Pero las preguntas siempre llevan a más preguntas. Y la amnesia me dice que, lo que me producía escribir quizás era lo mismo que me obligó a dejar de hacerlo.
En qué sumisión sentimental me habré encontrado a su lado que inconscientemente volví mi enemigo a quién era mi amigo. Demonicé la palabra que alguna vez supo salvarme la vida, simplemente porque ahora la tristeza no dominaba mi vida.
Qué cobarde me resulta que la felicidad no se pueda acompañar con la poesía. Recién ahora puedo reparar en lo superficial que fue la realidad por no poder hacerla encontrar con estas líneas. Es trágico entender que usé la palabra para hacer carne el dolor, pero me olvidé de ella cuando pude transformar la oscuridad en luz. Y entonces no hubo verso que le diera vida a la armonía que dominarían mis días a tu lado.
No hay peor egoísta que el que se esconde las herramientas para poder cambiar la realidad, para bien o para mal. Pensar siempre en las palabras que nos rescatan del naufragio, pero olvidarnos de ella cuando el barco vuelve a navegar, sin necesitar tropa ni capitán.
Un año de silencio me llevó poder legitimar la corriente que me trajo hasta acá.
Un año de silencio me costó superar la infelicidad de poder decir y asumir que se puede escribir y ser feliz.



Se rebela el presente.

Entro un poco desesperada pretendiendo encontrarme alguna yo del pasado que me recuerde lo que era andar por allí destilando poesía, principalmente cada vez que no sabía decir ni mucho menos existir.
No sé si fue la desesperación o el destino, pero como esperándome, me encontré.
Detenida en algunos versos ingenuos, siendo la que extraño ser.
El encuentro no fue más que el reflejo que me devuelve el espejo, cada vez que me levanto y no me encuentro en la imagen que me mira.
Lo que me ha costado más entender es en qué momento olvidé de hacer aquello que me facilitaba procesar las emociones que el corazón me destruía.
Me había llevado siglos de llanto construir la armadura literaria que me ayudase a sobrellevar la realidad que cómodamente me animaba a cabalgar.
Pero allí me hallé, desnuda de armaduras en el reflejo del espejo, en el cual no me reconocía.
No me reconocía.
Y lo que principalmente no era mío era la voz; es decir las palabras. Lo que se oía no podía asumir que provenía de quién antes escribiera estas líneas.
En el espiral del tiempo me perdí, porque me buscaba, sin esperar desencontrarme al tenerme. Al tenerte.
Quizás lo más difícil de asumir sea que aquella poeta dejó de existir.
O quizás no. Quizás sea esa la realidad con la cual pueda cargar, pero lo que no me deja avanzar es la incertidumbre de quién es aquella que hoy suplanta a la que ante supe ser.
No es que la del presente no sea yo
o que no esté satisfecha con la reconstrucción de la realidad que conseguí
pero es raro asumir
que estos versos no son como los que pudieron haber sido.
Principalmente porque hoy soy lo que debí haber sido.
Y el problema está ahí, en el deber que carece de rebeldía.
Y sin rebeldía no se puede escribir verdadera poesía.

Poeta del pasado, escribe para los que leen hoy.

El hecho es que todo fue incomodo, en especial lo hermoso que estaba.
El sol despertaba los recuerdos y los aromas del amor
Lúcidos nos encontramos frente a frente
La raíz está profunda, y mi amanecer se desorienta.
La realidad es que la palabra nos titubea a los dos.
Estoy escribiendo
entre la noche apagada
y mi mente encendida
que no cede a dejarse ser tranquila.
Resulta ser que el corazón es un diablo descortez
ya hasta lo ignoro y no me interesa saber
qué me dice
qué pretende
hacía dónde quiere correr.
Pues la realidad me pone las cosas al revés
y éste mundo patas arriba
no existe
porque ya no me da vida.