miércoles, 5 de julio de 2017

Se rebela el presente.

Entro un poco desesperada pretendiendo encontrarme alguna yo del pasado que me recuerde lo que era andar por allí destilando poesía, principalmente cada vez que no sabía decir ni mucho menos existir.
No sé si fue la desesperación o el destino, pero como esperándome, me encontré.
Detenida en algunos versos ingenuos, siendo la que extraño ser.
El encuentro no fue más que el reflejo que me devuelve el espejo, cada vez que me levanto y no me encuentro en la imagen que me mira.
Lo que me ha costado más entender es en qué momento olvidé de hacer aquello que me facilitaba procesar las emociones que el corazón me destruía.
Me había llevado siglos de llanto construir la armadura literaria que me ayudase a sobrellevar la realidad que cómodamente me animaba a cabalgar.
Pero allí me hallé, desnuda de armaduras en el reflejo del espejo, en el cual no me reconocía.
No me reconocía.
Y lo que principalmente no era mío era la voz; es decir las palabras. Lo que se oía no podía asumir que provenía de quién antes escribiera estas líneas.
En el espiral del tiempo me perdí, porque me buscaba, sin esperar desencontrarme al tenerme. Al tenerte.
Quizás lo más difícil de asumir sea que aquella poeta dejó de existir.
O quizás no. Quizás sea esa la realidad con la cual pueda cargar, pero lo que no me deja avanzar es la incertidumbre de quién es aquella que hoy suplanta a la que ante supe ser.
No es que la del presente no sea yo
o que no esté satisfecha con la reconstrucción de la realidad que conseguí
pero es raro asumir
que estos versos no son como los que pudieron haber sido.
Principalmente porque hoy soy lo que debí haber sido.
Y el problema está ahí, en el deber que carece de rebeldía.
Y sin rebeldía no se puede escribir verdadera poesía.

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