lunes, 25 de noviembre de 2013

Hablo de las palabras

Es entonces que hablamos de las palabras;
de las palabras sin ecos, sin acertijos, sin laberintos que las entrecrucen.
Hablamos de las palabras que no tienen miedo de ser sólidas;
que saben de ser contundentes ante el temor
que emanan todo el tiempo valentía de saber ser escritas sobre el papel.
Hablamos de palabras, con palabras de miel.
De chorreante alevosía con la que nos sabemos besar también.
¿Quién dijo que los que batallamos la vida misma en búsqueda de la revolución no necesitamos amar también?
Hablo de las mentiras que le hicieron creer al revolucionario aquel, que se encerró en sus ideales, porque le tenía miedo a las palabras que florecen amor. Por que le tenía miedo, y es probable que le siga temiendo aún, a las palabras que sabía florecerle desde su interior. Desde el mismo lugar en dónde le florecía la convicción.
Y, por divina suerte de las lenguas que saben de sonoridad y de textura, es que seguimos hablando del habla misma que sin palabras no existiría. Que sin bocas decididas, no se consolidaría. Ni se solidificarían en poesía antes de gritarle al primer ciego que las provocase.
Te hablo de las palabras, con las que te hablo ahora que sé, que la revolución va de la mano de ellas.
Hablamos. Escribimos. Gritamos. Añoramos. Yo sólo sé de ser poeta, vos buscás hacer que todos sepan de lo que ocurre.
Periodista. Sí.
Revolucionario, también.
Inquieto. Como las palabras que le dan vida al salto constante que es tu caminar.
¿Quién dijo que las palabras no saben enamorar?
Saben hacer el amor, saben destilar sudor de las mentes. Saben organizar un pueblo para la insurreción. Saben mentir también, en manos del opresor. Saben ser la herramienta de la vida, y de la destrucción. Saben constuir el arte, y destruir la verdad. Van de la mano de quién toma el arma de la palabra para generar realidad.
Y yo, te hablo porque me oís. Te hablo porque tu vida activa el motor de mi poesía.
Me hablas de las palabras que siempre quise oír,
de las palabras que solo podría pronunciar tu vocablo musical.
Una a una las letras, son tejidas por tus cuerdas vocales.
Y el sentimiento que se entreteje entre la sonoridad de tu mirar, es imperceptible ante los oídos del receptor.
Del receptor que soy yo,
porque aún te concentrás en hablar de cómo hablan tus palabras, cuando se preparan a gritarme, para enseñarme a ver, que el presente es lo que importa.
El presente, cargado de sentimiento.
El presente, cargado de la convicción del sentimiento.
El presente, cargado de la convicción del sentimiento de amor.
El presente, cargado de la convicción del sentimiento de amor que genera.
El presente, cargado de la convicción del sentimiento de amor que genera la revolución.
Aquí yace, el presente.
Aquí, en las palabras que cierran ésta oración.

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