Me impacientas el presente vacío de tu piel
porque tengo el cuerpo en alerta
por si penetra por mis poros de repente
el perfume ardiente que te convoca no tan azarosamente hacía mí, hacia vos.
Hacia un nosotros siempre efímero pero perfecto en lo momentáneo y fugaz de su consistencia.
Y es en lo poco corpóreo de nuestros encuentros dónde me ataca la demencia. Pues hay tanto cuerpo incansable protagonizando ésos momentos, que invocarlos desde el adentro me limita, y te desaparece. Y al placer unánime de sentirnos lo esfumamos cada vez que desespero por no saber controlar nada de todo lo interno que generas.
Y en las palabras que te leía mientras me oías recostado en mi vientre, nutren las poesías con las que estabilizo los deseos emergentes y bidireccionales de mis adentros.
De lo ágil y febril de tus besos que se fundían con mis movimientos como si fuéramos bailarines expertos en la danza sexual en la que nos sumergíamos, busco canalizar esta sed de tu savia callejera e impresentable.
Divertidos de lo peligroso de sentirnos tan próximos, te distraes en tu camino. Me doy cuenta de que mis límites se bloquean con tus muros
Y por más hipócritas sumergidos en la provocación eterna que nos pongamos el final es continuo de desearnos para siempre en una habitación sin fin. Que juega a hacer desaparecer su puerta para ir a jugar cada vez que yo busco tu mirada en la oscuridad.
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