Las palabras
nacen un día, llegan volando sobre el cielo y, a modo de estampida, golpean tu
puerta e impactan la realidad que expresan en su anatomía sobre tu cara, sin
escrúpulo alguno.
Me pasé la
vida buscándolas desesperadamente, para que reviviesen e impulsaran las convicciones
que germinaban en mí ser. Yo sentía que
eran sólo semillas que necesitaban riego para poder florecer lo suficiente para
llegar a otros prados. Pues era desgastante la soledad que sentía al criticar o
poder ver las falencias del cubo dónde nos dicen que estamos sometidos a vivir.
Pero ésas eran las utopías a las que mi personalidad se aferraba para ser sí
misma todo el tiempo, y las raíces que habían echado en mí llegaban mucho más
profundo de lo que yo podía percibir.
Estaban
quienes insistían en podar la vegetación en la que se habían convertido
aquellos ideales. Es que era mucho más sencillo arrancar de cuajo todo lo que
florecía, que salir en búsqueda del oxígeno que necesitaban para florecer. No los culpo. Era sencillo de ver que a ellos
les habían castrado todo terreno fértil desde un principio; pero en mi interior,
las convicciones por las que vivía me reclamaban por más vida.
De un salto
desperté. Algo ardiente me enceguecía y, contradictoriamente, me conducía a
paso firme a quién sabe dónde. La niebla que habituaba en mí andar empezó a
sublimar, me enfrentó con depredadores hambrientos por hacer desaparecer
aquello que llevaba dentro.
Como en una
emboscada abismal un inmenso nubarrón se me acercaba; empecé a correr. Lo que
yo creía raíces se manifestaron como selvas dentro mío, y me exclamaban y
convencían que si no me alejaba a tiempo, iban a estallar dentro mío, para
consumirse y morir.
Ya no sentía
los pies del impulso que había tomado. Pero el inmenso nubarrón era más fuerte
y consistente que yo y me paralizó por completo, aun estando a kilómetros de
mí. Sólo con visualizarlo me petrificó, pero las selvas interiores latían cada
vez con más fuerza en mi pecho y me obligaron a no pensar en cerrar los ojos. Mis
convicciones se hicieron universales en los prados que esperaban poblar y en
ése mismo instante la utopía golpeó mi puerta y me dijo que si podía verla, yo
la estaba convirtiendo en realidad.
Entonces me
elevé en el aire, y ahora el impulso nacía de mí misma. Me estrellé contra el
nubarrón en el mismo instante en que le ganaba la batalla al monstruo
depredador. La nube se hizo polvo blanco que me cubrió por completa. Yo estaba
iluminada y encaminada a llegar dónde siempre había sabido que tenía que ir.
Y me sacudí el
polvo y me fui a encontrarme con las palabras y compañeros de combate que me
estaban esperando.
Las palabras
nacen un día, llegan volando sobre el cielo y, a modo de estampida, golpean tu
puerta e impactan la realidad que expresan en su anatomía sobre tu cara, sin
escrúpulo alguno.
Están
preparadas para despertarte, sometidas a que dejes ser y asumas como propios a
los ideales que nacieron y florecieron en tu interior. Para que construyas el
puente que los lleve a convertirse en realidad.
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